
El objetivo principal era matar a Perón, que cumplía su segundo mandato como presidente de Argentina, pero finalmente desató una masacre que aun continua impune
Alrededor de 350 muertos y 2000 heridos fue el saldo de un bombardeo sobre Plaza de Mayo perpetrado el 16 de junio de 1955, por la Aviación de la Armada y parte de la Fuerza Aérea como parte de una sublevación militar que buscó el derrocamiento de Juan Domingo Perón, que cumplía su segundo mandato como presidente constitucional de Argentina.
Un año antes, el peronismo había triunfado en elecciones generales que se celebraron para elegir vicepresidente con el propósito de cubrir la vacante que se había generado en el cargo tras la muerte de Hortensio Quijano.
En verdad, el Gobierno pretendía conseguir respaldo popular ante un frente opositor creciente y cada vez más movilizado, compuesto por la Iglesia católica, la Sociedad Rural, y amplios sectores de las Fuerzas Armadas, principalmente la Marina.
Los trabajadores conservaban un 53 % de participación en el PBI, una cifra única en la historia de América latina, y esto hacía que los sectores empresarios sumaran sus voces al descontento ante el rol protagónico que jugaba la CGT en la economía nacional.
El oficialismo se impuso con el 62,54% de los votos y quedó claro que Perón no podría ser derrotado en las urnas por las fuerzas opositoras.
Día después, durante una celebración del corpus cristi, un grupo de personas quemaron una bandera argentina, la que el 16 de junio tuvo que ser “desagravaida”, con un acto y desfile militar. A las 12.40, el cielo se ensombreció ante la presencia de 40 aviones de la Aviación Naval y de la Fuerza Aérea que comenzaron a dejar caer bombas sobre una Plaza de Mayo repleta y buscaron también hacer blanco sobre la Casa Rosada.
Perón se refugió en los subsuelos del edificio Libertador y salvar su vida. Entre los acusados figuraba un joven teniente de navío: Eduardo Emilio Massera, quien integraría en 1976, en calidad de almirante, la junta militar que perpetró un genocidio planificado.
Finalmente, el 16 de septiembre, los golpistas se imponían tras días de enfrentamientos y Perón partía a un exilio que se prolongó hasta 1972.
La autodenominada Revolución Libertadora tomó el poder; proscribió al peronismo y comenzó a ejercer una dura represión hacia los trabajadores, que alcanzó su clímax durante los fusilamientos de 1956.























